A pesar de ser completamente inexperta en lo referente a la ciencia y la ingeniería, le fascinaba las charlas que tenía con Eskandal. Alvit adoraba hablar con esa chica. De primeras parecía una persona eternamente abstraída y con pocas dotes sociales. Pero no había más que preguntarle sobre cualquier máquina y entonces sus ojos se encendían y no era capaz de parar de hablar. Alvit acababa de visitarla en el CCI, el Centro de Control de Ingeniería. Seguía trabajando para intentar comprender mejor el simbionte de Luis y su relación con el Gungnir.
Volviendo a su camarote, Alvit no podía dejar de pensar en la gran diferencia abismal entre el nivel tecnológico de la Federación Boreana con respecto a las diferentes naciones de Midgard. Y es que sesenta mil años de ventaja era una diferencia abismal en lo referente a la investigación y desarrollo. Si bien era cierto que ellos habían contado con la ventaja de poder hacer uso de la tecnología de los Hekkar, también lo era que antes de su encuentro ya eran una civilización muy avanzada en la Tierra. En algunos aspectos incluso más de lo que lo era la humanidad en esos tiempos.
Por lo que había repasado, la gente de la Tierra dominaba la energía nuclear, había avanzado mucho en medicina, aunque todavía estaban en un estadio incipiente en lo referente a la manipulación genética y el conocimiento de la biología. Ella no es que fuera muy diestra en la materia, al menos no como Alexandra, que era toda una eminencia, pero algo sabía. Lo que estaba claro era que la humanidad todavía estaba a mucha distancia de alcanzar el nivel boreano. Apenas habían iniciado su carrera espacial, con misiones a la órbita y su satélite, la Luna, como la llamaban. Habían enviado varias sondas por todo su sistema solar, pero poco más. Todavía no habían descubierto la velocidad de curvatura y mucho menos eran conscientes de la existencia del Bifrost, ni de cómo usarlo para desplazarse por la galaxia.
A pesar de todo tenía que reconocerles que habían avanzado muchísimo en los últimos cien años. Aunque claro, a un coste intolerable, al menos para el punto de vista boreano. El uso de los combustibles fósiles era algo despreciable y que tendría graves repercusiones en los siglos venideros. No les quería culpar, por lo que parecía, la Tierra no tenía ninguna fuente de Zoranium ni de Verinium, los dos elementos sobre los que habían desarrollado toda su tecnología. Contar con una fuente de energía limpia y de un elevado potencial energético era esencial para poder abordar una expansión espacial. Con todo ello no podía negar lo voluntariosos que eran los habitantes de Midgard. No podían evitar soñar y mirar más allá de las estrellas. Era algo que había sucedido con los boreanos tras el Gran Exilio. Siempre observando el cielo buscando nuevos horizontes y con el gran anhelo de encontrar su hogar ancestral de nuevo, la Isla del Sol Eterno y la Tierra Madre.
Otro factor que todavía era muy incipiente era el de la robótica y el uso de inteligencias artificiales. Más allá de la ciencia ficción que le había contado Luis en la Tierra todavía seguían muy verdes en ese aspecto. Tenían robots y los primeros gérmenes de IA’s, como las llamaban. Estaban muy lejos de las capacidades de los boreanos y de los asistentes virtuales de sus naves espaciales, que se habían convertido en partes esenciales para poder explorar las estrellas y combatir en el espacio.
El mayor problema que había visto con el desarrollo industrial y tecnológico de la Tierra era uno que ya había vislumbrado en anteriores reflexiones, su poco compromiso con el entorno. Algo que se diferenciaba radicalmente de lo que se hacía en la Federación. Su pueblo siempre había buscado e ideado mejoras tecnológicas que afectaran positivamente a su gente, pero también al mundo en el que vivían. De hecho, ciertas tecnologías estaban completamente prohibidas dentro de las atmósferas planetarias. Un ejemplo de ello era el uso de cañones de iones pesados, salvo en una situación de emergencia. Debido a su gran potencial destructivo podían tener graves efectos colaterales para la flora y la fauna, además de las personas. Algo que la humanidad había tardado mucho más de lo que debería en aprender con respecto al armamento nuclear.
Alvit llegó a su camarote y tomó asiento frente a su mesa de trabajo. Activó varias proyecciones sobre el desarrollo industrial de la Tierra y sus índices de progreso. Había hecho varios estudios predictivos sobre cómo iba a evolucionar su desarrollo tecnológico y el coste que tendría para satisfacer sus cada vez mayores demandas mundiales. De no cambiar nada, en pocas décadas la Tierra se podría convertir en un erial contaminado. Tenían que ayudarles. Con su ayuda podrían tener acceso a energía limpia, curar muchas de sus enfermedades más comunes y enseñarles a tener un desarrollo más sostenible y eficaz.
No podía evitar fantasear con el día que establecieran contacto oficialmente. En su mente imaginaba la realización de infinidad de cumbres y mesas de desarrollo en las que expertos de ambos pueblos se reunieran para estudiar como beneficiarse de sus conocimientos mutuos. Y es que aunque los boreanos habían avanzado tanto, estaba convencida de que podrían aprender muchas cosas de sus primos lejanos.
Y a pesar de todo se sentía como una niña pequeña al ver todo lo que había desarrollado el Gran Padre Odín. Y lo había hecho sesenta mil años antes, anticipándose a todo. De una forma que había ido más allá de lo que ellos habían logrado conseguir, ni siquiera los Hekkar. Una de sus grandes vocaciones había sido averiguar cómo lo hizo Odin. Por los escritos sabía que tenía relación directa con su interacción con el Yggdrasil original. En el Templo de Odín conservaban los restos fosilizados del árbol que había crecido a partir de uno de sus esquejes. Pero nada explicaba qué tenía de especial. Si se remontaba a los viejos escritos y a la Edda Boreana se evidenciaba que el Yggdrasil era un artefacto de gran poder, que había potenciado el crecimiento de su pueblo antes del Gran Exilio. Odín era el gran exponente de ello. Un ser humano que había logrado avanzar más allá de lo imposible. Era lo único que podía explicar que hubiese sido capaz de crear a la Valhalla, el Gungnir, ver el futuro y preparar una línea genética que desembocara en un heredero capaz de conseguir lo que él no había podido.
Luis era la gran incógnita de su tiempo, más incluso que la Valhalla o el Gungnir. Ese muchacho encerraba en su corazón y mente algo que todavía no habían logrado llegar a discernir. Cuando lo miraba a los ojos mientras se regeneraba en el tanque de regeneración no podía evitar estremecerse. Algo le decía que la clave de todo estaba encerrada en él. Su futuro, presente y pasado estaban ligados al destino de ese chico. Tan solo esperaba que se recuperara lo antes posible y les ayudara a descubrir la verdad. El fin de los tiempos estaba sobre ellos y él era el único que podría liderarles hacia la salvación, más allá de todo su conocimiento y tecnología. De eso estaba plenamente convencida.